Muchos escándalos de por medio, muchos cambios de gobierno, varios primeros ministros, pero la popularida de Isabel II se mantuvo a flote durante 70 años de reinado.
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El 6 de febrero de 1952 murió Jorge VI, a los 56 años, padre de Isabel, conocido por ser tartamudo, sensible y dejarse ver llorando cuando fue nombrado rey, pero que a pesar de todas sus debilidades enfrentó con los británicos la II Guerra Mundial; antes de fallecer dispuso que fuera Isabel, la primogénita, quien fuera investida como reina y que para ello se le preparara oportunamente.
Tras décadas de aprendizaje se consolidó en la Corona por ser apegada firmemente a las creencias y protocolos de la familia real británica lo que, apoyado por su personalidad, combinó templanza, liturgia, tradicionalismo y un poquito de modernidad. Fue tal su equilibrio conservador que logró el respeto de los 15 primeros ministros que gobernaron en su nombre.
Setenta años de reinado proporcionaron a Isabel Alejandra María, la primogénita de Jorge VI e Isabel Bowes-Lyon, nacida en Londres el 21 de abril de 1926, la experiencia suficiente para ganarse el respeto personalidades tan disímbolas y poderosas como Winston Churchill, Margaret Thatcher, Tony Blair o Boris Johnson.
El tiempo le favoreció, pues con las décadas la monarquía británica se transformó en una institución limitada y ornamental, pero con una influencia sobre el devenir de los británicos difícilmente alcanzable por cualquier figura política.
La Casa de los Windsor no estuvo exenta en todo este tiempo de escándalos que llenaron las páginas de medios serios y de la prensa rosa, como la abdicación de Eduardo VIII, más tarde el duque de Windsor, por su amor a la divorciada estadounidense Wallis Simpson. O el romance imposible de la princesa Margarita, hermana de la reina, con el capitán Peter Towsend, héroe de guerra.
La llegada de Lady Di es quizás el momento de quiebre más radical, porque tanto la reina como el palacio de Buckingham tuvieron que reconstruirse para adaptarse a la cultura popular por los reflectores que atrajo la princesa en todas las clases y en todos los países.
A eso se sumaron otros temas como el divorcio de su hijo Andrés, en 1992, de su esposa, Sarah Fergusson; la acusación de abuso sexual contra el duque de York, que le costó más de 14 millones de euros; las filtraciones de las infidelidades de Diana de Gales y de Carlos de Inglaterra; la muerte en un terrible accidente de la princesa Lady Di y los escándalos de su hijo con la amante de todos los años Camila Parker-Bowles.
No hay que dejar de nombrar que más tarde tuvo que aguantar las consecuencias de la amistad de su hijo Andrés con el fallecido millonario pederasta estadounidense Jeffrey Epstein, al grado de que le despojó de títulos y honores. Más tarde hizo lo mismo con su nieto Enrique cuando encabezó la campaña de acusaciones de abuso y racismo contra su esposa, Meghan Markle. Se mantuvo estoica en ambos casos, sin decir una sola palabra en público.
Fue aficionada a la caza y amante de los caballos y los perros. Cada día de su vida escribía un breve comentario en su diario, pero se sabe que nunca hacía juicios de valor en esos textos. Era símbolo de la Iglesia Anglicana, rezaba cada noche antes de acostarse y era una creyente devota.
Fue protagonista del mundo, cumpliendo con el papel que esperaban millones de espectadores. Recibió a 12 presidentes de Estados Unidos, a centenares de dignatarios internacionales, y se reunió con cuatro Papas.