Las ceremonias en honor del papa emérito Benedicto XVI, quien murió este sábado a los 95 años, comenzarán el lunes 2 de enero y concluirán el próximo 5 de enero en la plaza de San Pedro, cuya misa será oficiada por el papa Francisco, informó el portavoz del Vaticano, Matteo Bruni.
El Vaticano anunció también que el cuerpo del pontífice emérito será expuesto a partir del lunes en la basílica de San Pedro para ser venerado por los creyentes.
Poco antes de las 11:00 de la mañana (tiempo local), las campanas de la basílica del centro de Roma repicaron por la muerte del papa, mientras cientos de personas se acercaban a la plaza para recordar la figura de Joseph Ratzinger, un refinado teólogo ultraconservador, que escogió el nombre de Benedicto XVI tras ser nombrado al frente de la Iglesia Católica en 2005.
El funeral del papa número 265 de la historia será celebrado por su sucesor Francisco, un evento sin precedentes en los dos mil años de historia de la Iglesia. Se espera la asistencia de decenas de miles de personas, entre ellas jefes de Estado y líderes de otras religiones, aunque el fallecido pontífice siempre expresó el deseo de una modesta ceremonia.
Su muerte pone fin a la insólita convivencia de dos papas, los dos con sotana blanca: el alemán Ratzinger, un brillante teólogo poco popular para las multitudes; y el argentino Jorge Bergoglio, un jesuita que ha querido un papado dedicado a los pobres y los migrantes.
Ratzinger, primer papa alemán de la era moderna, sustituyó en 2005 al carismático Juan Pablo II, de quien había sido su mano derecha durante un cuarto de siglo como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio de la Inquisición.
Su pontificado de ocho años estuvo marcado por los escándalos e intrigas en el seno de la Iglesia. Tras renunciar, Benedicto XVI prometió mantener un retiro absoluto, sin hacer sombra a su sucesor, el papa Francisco.
No obstante, a inicios del 2022, se vio afectado por acusaciones de haber encubierto cuatro casos de pederastia cuando era arzobispo de Múnich, entre 1977 y 1981.
Ante la presión del informe alemán que lo acusaba de negligencia en el manejo de esos casos de pederastia, rompió su silencio para pedir “perdón” y expresar su “profunda” vergüenza.
“Pronto me enfrentaré al juez definitivo de mi vida. Aunque mirando hacia atrás en mi larga vida puedo tener muchos motivos de temor y miedo, tengo un estado de ánimo alegre porque confío firmemente en que el Señor no solo es el juez justo, sino también el amigo y hermano que ya ha sufrido mis carencias y es, por tanto, como juez, al mismo tiempo mi abogado???, afirmó.