Enclavado entre montañas, lejos del bullicio de las grandes ciudades y las rutas turísticas tradicionales, se encuentra un rincón de México que, pese a su belleza inigualable, suele pasar desapercibido: Cuetzalan del Progreso, en el estado de Puebla. Este pueblo mágico, declarado como tal en 2002, combina arquitectura colonial, paisajes naturales exuberantes y una profunda herencia cultural indígena que lo convierten en uno de los destinos más encantadores del país.
A diferencia de otros pueblos mágicos más conocidos, Cuetzalan no ha sido invadido por el turismo masivo. Sus calles empedradas, techos de teja roja y niebla persistente crean una atmósfera casi de ensueño. Está rodeado por una selva montañosa, donde se esconden grutas, cascadas y cafetales que invitan a la exploración y la tranquilidad.
¿Qué se puede hacer en este pueblo mágico?
Uno de los mayores atractivos es su mercado dominical, donde comunidades nahuas de la región bajan a vender sus productos: desde bordados tradicionales y joyería de plata, hasta hierbas medicinales y alimentos típicos como el tlayoyo, una especie de gordita rellena. Además, es común ver a los voladores de Cuetzalan, una ceremonia ancestral que ha sido reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
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En Cuetzalan también se puede visitar la Iglesia de los Jarritos, construida en el siglo XIX y coronada por cientos de pequeñas jarras de barro que le dan su peculiar nombre. Asimismo, para los amantes de la naturaleza, las grutas de Atepolihui o la cascada Las Brisas ofrecen paisajes de gran belleza y aventura.
A pesar de su riqueza cultural y natural, Cuetzalan permanece relativamente oculto en los mapas turísticos, lo que lo convierte en una joya poco explorada. Es el lugar ideal para quienes buscan autenticidad, belleza y un viaje al corazón de las tradiciones mexicanas.
J.R